sábado, 1 de enero de 2011

SÁNDALO EN LA MEMORIA

La mujer de ahora, tiempo atrás, era una niña imaginativa que recibía abanicos de regalo por parte de aquellos familiares que, como tantos de nuestros antepasados, se habían ido a buscar la vida a Cuba. Eran abanicos delicados, de diferentes tamaños y colores, siempre con las sensuales reminiscencias y el dulce olor del sándalo, que ella conservaba como preciados y delicados tesoros en un lugar secreto de su cuarto.

Me imagino a aquella niña, en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, sacando aquellos abanicos de aquel rincón secreto, acariciando su fina textura, abanicándose suavemente y soñando bien despierta con (casi) todas las posibilidades que le ofrecería el mundo.

La niña fue creciendo y se convirtió en una mujer entusiasta por el arte, estudiosa, trabajadora y creativa, muy creativa. Se libró de ciertas ataduras que, entonces, en este país, aún impedían a las mujeres desarrollarse plenamente como personas y como artistas.

Y viajó por todo el mundo, siendo muy consciente de que eso, viajar, conocer otras formas de vida, otras tierras, otros cielos, otros olores y otras culturas, es lo más importante para la creatividad y para ser una persona abierta de mente, comprensiva con el otro, cercana y afable.

Muchos de esos viajes quedaron, como es lógico, plasmados en su extensa obra. Una obra que, como toda buena creación, ha ido evolucionando, renovándose, pero siempre manteniendo el espíritu fiel de quien tiene un mundo propio, variado y riquísimo. Un mundo colorista labrado con el talento innato y con las muchas horas de esfuerzo, dedicación, estudio y trabajo. Que las musas siempre te pillen trabajando, como decía lúcidamente aquel poeta.

Ahora, esa mujer, Consuelo Vallina, nos presenta algunos de sus últimos trabajos. Una serie de bellísimas linografías con el recuerdo de aquellas formas orientales que estaban estampadas en aquellos abanicos que recibía de la lejana Cuba, siendo aún una niña, entremezclados con esos otros recuerdos -vivísimos- de aquellos viajes por África, siempre tan presentes en toda su obra.

El olor de la tierra o de la lluvia, las estrellas de aquellos cielos nocturnos que casi podían tocarse con las yemas de los dedos, los colores brillantes y luminosos de las gentes y sus ropajes, las sonrisas de aquellas mujeres, las mujeres africanas, con sus aterciopeladas y oscuras pieles y sus dientes de un blanco impecable, con sus hijos a sus espaldas y su afán por seguir adelante pese a todos los avatares y adversidades.

Un canto -entusiasta y poderoso- a la naturaleza, a la libertad, a la vida. Labradas en vistosos colores también nos ofrece una espléndida muestra de sus cerámicas. Y, finalmente, una exquisitez: esos libros de autor que tan primorosa y delicadamente elabora.

Son, cada una en su estilo, pequeñas joyas que nos revelan la personalidad de una autora que deja en cada creación un trocito de su vida y sus experiencias. Las huellas de aquella niña que soñaba en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, y de esta mujer, Consuelo Vallina, que mira la vida a través del arte y el arte a través de la vida.

Una mujer que, en esta exposición, deja el pabellón bien alto, sí. Y que, en un susurro cargado de optimismo, casi como una advertencia, viene a decirnos lo mucho que aún le queda por vivir y por crear, que, en ella, es prácticamente lo mismo.


OVIDIO PARADES

EXPOSICION GALERIA ALFARA
























OBRA GRAFICA 2010




















domingo, 17 de enero de 2010


JUAN CARLOS GEA: MAPAS DE LO APRENDIDO


Publicado en La Nueva España -marzo 2009

No es Consuelo Vallina el tipo de artista que guste de difuminar su trabajo bajo una niebla excesiva de palabras. Y no por desprecio a la palabra, precisamente.

La pintora y presidenta de la Asociación de Artes Visuales de Asturias es mujer de curiosidades muy diversas y conversación casi vertiginosa, conforme a un carácter inquisitivo, experimentador y viajero.

Pero, por lo que respecta a su trabajo, se muestra más bien reservada, fuera de los comentarios estrictamente técnicos. O quizá, de algún modo, mantiene ella misma una distancia parecida a la del espectador ante la concreción final de lo que ha salido de sus manos.

Posiblemente eso suceda porque, de una parte, su obra sea para la propia artista la parte mejor de su conversación con el mundo; y, de otra, porque Vallina sigue asumiendo y practicando un paradigma estético en el que el máximo criterio de valor de la obra de arte reside en su capacidad para configurarse como una realidad autónoma y para sustentarse y expresarse a sí misma ante el mundo.

Esa especie de fe en la elocuencia plástica, que atraviesa su trayectoria, es la que confiere una vez más unidad a la variedad que enriquece Fusión, la muestra con la que la artista regresa a la sala Gema Llamazares tres años después de la última individual que colgó en Asturias.


«Me cuesta decir por qué en determinado momento hago determinadas cosas o dejo de hacer otras: cambiar la paleta, darle más importancia a una técnica que a otra? La obra me va sorprendiendo a mí la primera. Y no es que improvise; pienso mucho sobre ella y creo que hay detrás reflexión y conceptos, pero lo que cuenta al final es el momento en que te pones a hacer; y lo que sucede en ese momento, por qué decides buscar una composición y no otra, por qué hay un color que te encantaba pero que de repente deja de interesarte, la verdad, todo eso me cuesta contarlo? contármelo a mí, la primera», confiesa la autora.

Explicitarlo no parece tener demasiada importancia, en todo caso, para Vallina. Lo que cuenta es la finalidad de su trabajo: «Conseguir que la obra comunique por lo que hay en ella con la sensibilidad de quien la mira y le permita encontrar en ella significados y emociones».

Lo que también está cada vez más claro para Consuelo Vallina es que, sea lo que sea lo que sucede en el momento de ejecutar las decisiones, en ese proceso está todo el aprendizaje anterior. Y que su pintura actual incorpora, «de una manera natural», la totalidad de lo que ha aprendido y hecho «desde el momento en que, después de búsquedas y tanteos, encontré una forma de hacer que yo creo que se puede llamar propia y que no se parece a otra».

Cada cuadro se puede recorrer como un mapa de todo lo experimentado. De ahí que, como sucede en las obras de Fusión -y el título es expresivo a este respecto- sea frecuente encontrar en una sola pieza, con terreno propio pero en conjunción con el resto, un acúmulo de rasgos que convierte cada cuadro en una especie de antología concentrada de la obra de Vallina: la armonía del color, protagonista absoluto; el recurso delicado a la materia, mediante la pintura misma o el uso del papel; los signos y las incisiones que remiten al arte primitivo; el «collage»; la composición de base siempre geométrica, con distintas modulaciones -desde la explosión de los colores cálidos hasta la elegancia de los grises y los blancos-, Consuelo Vallina plasma en estos cuadros la última fase de un relato visual único y coherente: tres años en los que ha acumulado experiencias como la de su primera exposición transatlántica -en la Alex Gallery de Washington DC-, y un descubrimiento que aporta la principal novedad en «Fusión»: la cerámica. Consuelo Vallina expone primera vez sus experiencias con una técnica a la que le está dedicando «cada vez más atención» y que la hace mostrarse «entusiasmada».

Como no podía ser de otro modo en su caso el acercamiento a esta nueva faceta creativa, la artista la describe como «una prolongación natural» de su interés de siempre por lo artesanal, lo decorativo y las técnicas tradicionales de producción de objetos. En su salto a las tres dimensiones se reconocen también los elementos principales del idioma plástico de una autora ante cuya obra resulta difícil no evocar, por muchas prevenciones que convenga guardar al respecto, el «mito de la autenticidad» que animó mucho del mejor arte producido desde las vanguardias.

JAIME LUIS MARTÍN: EL VALOR DE LO MANUAL


Las propuestas artísticas de dos creadoras formadas en la Escuela de Cerámica

La fusión que se produce en la galería Octógono entre la obra de Consuelo Vallina y las propuestas de la ceramista Anabel Barrio se entiende como una reacción entre dos modos de concebir la creación, que da lugar a un desprendimiento de energía creativa, aprovechando una conjunción de intereses artísticos que, en estos momentos, comparten. El diálogo se entabla a niveles formales, en ciertos enredos cerámicos, en la armonía y en las pulsiones pictóricas que definen ambos trabajos.

En el caso de Anabel, formada como perito ceramista en la Escuela Oficial de Cerámica de Manises, se inició en la técnica del «socarrat», pero derivó, muy pronto, hacia formas naturalistas y expresionistas. En sus últimos trabajos presentados al XIII Certamen «San Agustín» de cerámica se convertía en protagonista la naturaleza -flores y plantas- sobredimensionada, de fuerte cromatismo, adscripción geométrica, reminiscencias pop y connotaciones eróticas. Unas piezas de indudable frescura con las que fue seleccionada en el XXXIV Certamen Nacional de Arte de Luarca. Actualmente, en sus propuestas, con más vocación pictórica que escultórica, se entremezclan gres y esmaltes, produciendo unos contrastes de indudable interés, traspasados por los aspectos ornamentales que acompañan toda su obra.

A Consuelo Vallina se le nota que disfruta con su trabajo. Se encuentra en un momento de plenitud, reafirmando sus creencias pictóricas, pero sin excluir ninguna experiencia, preocupada por resolver su obra y ocupada en esos pálpitos cromáticos y contemplativos que tan buenos resultados le están propiciando. Y aunque no se encuentran demasiadas referencias figurativas -salvo algún signo o incisión-, «una parte sustancial de su trabajo», señalaba Javier Hernando, «puede ser leída en clave de paisaje» porque en estas composiciones recorridas por franjas y segmentos encontramos los estratos del territorio. El color, las estructuras rítmicas y geométricas, la planitud, la materia, los signos que Alfonso Palacio relacionó, muy acertadamente, con lo tribal y africano constituyen un espacio de indudable atractivo e inclinación informalista.

Consuelo Vallina se ha venido formando durante los últimos años en la Escuela Municipal de Cerámica de Avilés, ensayando una producción con el barro como protagonista que transita muy próxima a sus constantes pictóricas: los signos e incisiones, la adscripción al primitivismo, la tonalidad de las piezas. Y, sobre todo, mantiene ese valor por lo manual que impregna toda su obra. Los tapices de su primera etapa y el papel hecho a mano de sus trabajos posteriores, como ahora sucede con los cuencos, están impregnados de autenticidad, de ese aprecio por la materia y la tradición que, entre sus manos, se contamina de vanguardia.

Eleanor Kennelly (Crítica de arte, The Washington Times): CONSUELO VALLINA EN LA GALERIA ALEX DE WASHINGTON


Paseando por una sala con las obras de Consuelo Vallina, el espectador primero experimenta una sensación de tranquilidad, pero mas adelante siente tensión. Al principio desarma: sombras armoniosas de lugares cálidos y gratos, relajan la vista e hipnotizan la mente. Sombras de coral, marrones (terra cotta) y color orquídea, abren los sentidos como pensamientos que inspira un bosque junto a la mar alimentada por una corriente de agua subterránea


Después viene el reto: mientras nadamos placenteramente por los tonos del fondo, la mente se clava en el gesto, la línea, el corte que marca cada pieza. La rotura curvilínea que significa expansión, invariablemente un significado ricamente manchado en tinta el cual se empapa anhelantemente rectángulos esponjosos de papel.


Las siguientes diferencias entre las piezas que están compuestas en gran medida por los mismos tonos y elementos visuales se convierten en un comentario de la construcción del significado. El significado se construye en una lengua a través de la unidad de la palabra, en la música se construye a través del lenguaje del sonio, de la nota. En el caso de la obra de Consuelo Vallina, a través de la unidad de estas piezas autoexpresivas que adquieren nueva significación, en esta exposición intensamente sofisticada en la Galería Alex, de Washington.

Tomadas en conjunto estas obras de arte que al principio aparentasen ser de índole decorativa, se interpretan como una conversación sofisticada… La pregunta es qué hace que la muestra tranquila se convierta en inquietante.