domingo, 17 de enero de 2010

JUAN CARLOS GEA: MAPAS DE LO APRENDIDO


Publicado en La Nueva España -marzo 2009

No es Consuelo Vallina el tipo de artista que guste de difuminar su trabajo bajo una niebla excesiva de palabras. Y no por desprecio a la palabra, precisamente.

La pintora y presidenta de la Asociación de Artes Visuales de Asturias es mujer de curiosidades muy diversas y conversación casi vertiginosa, conforme a un carácter inquisitivo, experimentador y viajero.

Pero, por lo que respecta a su trabajo, se muestra más bien reservada, fuera de los comentarios estrictamente técnicos. O quizá, de algún modo, mantiene ella misma una distancia parecida a la del espectador ante la concreción final de lo que ha salido de sus manos.

Posiblemente eso suceda porque, de una parte, su obra sea para la propia artista la parte mejor de su conversación con el mundo; y, de otra, porque Vallina sigue asumiendo y practicando un paradigma estético en el que el máximo criterio de valor de la obra de arte reside en su capacidad para configurarse como una realidad autónoma y para sustentarse y expresarse a sí misma ante el mundo.

Esa especie de fe en la elocuencia plástica, que atraviesa su trayectoria, es la que confiere una vez más unidad a la variedad que enriquece Fusión, la muestra con la que la artista regresa a la sala Gema Llamazares tres años después de la última individual que colgó en Asturias.


«Me cuesta decir por qué en determinado momento hago determinadas cosas o dejo de hacer otras: cambiar la paleta, darle más importancia a una técnica que a otra? La obra me va sorprendiendo a mí la primera. Y no es que improvise; pienso mucho sobre ella y creo que hay detrás reflexión y conceptos, pero lo que cuenta al final es el momento en que te pones a hacer; y lo que sucede en ese momento, por qué decides buscar una composición y no otra, por qué hay un color que te encantaba pero que de repente deja de interesarte, la verdad, todo eso me cuesta contarlo? contármelo a mí, la primera», confiesa la autora.

Explicitarlo no parece tener demasiada importancia, en todo caso, para Vallina. Lo que cuenta es la finalidad de su trabajo: «Conseguir que la obra comunique por lo que hay en ella con la sensibilidad de quien la mira y le permita encontrar en ella significados y emociones».

Lo que también está cada vez más claro para Consuelo Vallina es que, sea lo que sea lo que sucede en el momento de ejecutar las decisiones, en ese proceso está todo el aprendizaje anterior. Y que su pintura actual incorpora, «de una manera natural», la totalidad de lo que ha aprendido y hecho «desde el momento en que, después de búsquedas y tanteos, encontré una forma de hacer que yo creo que se puede llamar propia y que no se parece a otra».

Cada cuadro se puede recorrer como un mapa de todo lo experimentado. De ahí que, como sucede en las obras de Fusión -y el título es expresivo a este respecto- sea frecuente encontrar en una sola pieza, con terreno propio pero en conjunción con el resto, un acúmulo de rasgos que convierte cada cuadro en una especie de antología concentrada de la obra de Vallina: la armonía del color, protagonista absoluto; el recurso delicado a la materia, mediante la pintura misma o el uso del papel; los signos y las incisiones que remiten al arte primitivo; el «collage»; la composición de base siempre geométrica, con distintas modulaciones -desde la explosión de los colores cálidos hasta la elegancia de los grises y los blancos-, Consuelo Vallina plasma en estos cuadros la última fase de un relato visual único y coherente: tres años en los que ha acumulado experiencias como la de su primera exposición transatlántica -en la Alex Gallery de Washington DC-, y un descubrimiento que aporta la principal novedad en «Fusión»: la cerámica. Consuelo Vallina expone primera vez sus experiencias con una técnica a la que le está dedicando «cada vez más atención» y que la hace mostrarse «entusiasmada».

Como no podía ser de otro modo en su caso el acercamiento a esta nueva faceta creativa, la artista la describe como «una prolongación natural» de su interés de siempre por lo artesanal, lo decorativo y las técnicas tradicionales de producción de objetos. En su salto a las tres dimensiones se reconocen también los elementos principales del idioma plástico de una autora ante cuya obra resulta difícil no evocar, por muchas prevenciones que convenga guardar al respecto, el «mito de la autenticidad» que animó mucho del mejor arte producido desde las vanguardias.

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