domingo, 17 de enero de 2010

LUIS FEÁS COSTILLA: LUCES Y FORMAS DE CONSUELO VALLINA

PUBLICADO EN LA VOZ DE ASTURIAS, 20/01/06.

Consuelo Vallina hace una pintura de luces sin sombras, protagonizada por intensos colores impregnados sobre algodón teñido que la vuelven perfectamente reconocible, dentro de una abstracción lírica y sensible que, no por casualidad, ha sido hecha por una mujer libre y reivindicativa, una de las pioneras en Asturias de la abstracción femenina, es decir, realizada por féminas, que nadie piense otra cosa.

Consuelo Vallina comenzó a destacar a principios de los ochenta haciendo tapices que, por las propias inquietudes de la artista y su afán de investigación, eran casi pinturas o en ocasiones adquirían un aspecto casi escultórico o tridimensional, según fueran presentados.

A la artista ovetense siempre le ha gustado moverse en la frontera, en el borde, en el estrecho territorio que separa lo artesanal de lo creativo, lo que siempre se ha considerado artístico de lo que parece más bien decorativo o reservado al ámbito de lo femenino, pues es ahí, en el dobladillo, donde encuentra la tela con la que urde su trabajo, el tejido de ideas del que entresaca su obra, el hilo fino del que tirando extrae un ovillo impoluto.


En la obra de Consuelo Vallina no importa tanto lo que se dice como la forma en que se dice, que en los últimos años parece haberse decantado definitivamente hacia lo pictórico, con una dicción muy particular. Ella misma se prepara los soportes rugosos de fibra de algodón, que tiñe con llamativos pigmentos violetas, granates, naranjas o amarillos que le sirven para estructurar campos de color sobre los que trabajar.

Al principio los colores quedaban simplemente expuestos, sin más, pero ahora la artista ha empezado a entretejer sobre ellos signos enigmáticos que constituyen la principal novedad de su obra reciente, que es la que se muestra en estos días en la galería Gema Llamazares de Gijón tras haber pasado el año anterior por la galería italiana Venezia Viva. Son como recuerdos de África, traídos a colación pertinentemente por una artista curiosa, viajera, que hunde sus raíces en Asturias pero expande sus ramas a todo el mundo.

Pattern painting

Como escribe Whitney Chadwick, el feminismo en las artes brotó en los movimientos feministas contemporáneos, es decir, de los últimos treinta y cinco años. Sus primeras investigaciones estaban estrechamente ligadas a la metodología social y política del feminismo, por lo que los primeros análisis centraron una nueva atención en la obra de notables mujeres artistas y en su relación con la elaboración por parte de las mujeres de productos domésticos y utilitarios.

Así mismo revelaron la manera negativa en que las mujeres y sus producciones han sido presentadas en relación con la creatividad y la alta cultura: demostraron que las oposiciones binarias del pensamiento patriarcal, hombre/mujer, naturaleza/cultura, análisis/intuición, se han ido aplicando una por una a la historia del arte, y se han utilizado para reforzar las diferencias sexuales o de género como base de las valoraciones estéticas.

Las cualidades tradicionalmente asociadas a lo femenino, como lo decorativo, lo precioso o lo sentimental, han servido para ofrecer, por oposición, el rasero con que medir el arte elevado, es decir, masculino. Sin embargo, hace ya tiempo que nos hemos salido de esa trampa dialéctica y afortunadamente ya son apreciados desde hace tiempo los trabajos de la feminidad, que han sido justamente reivindicados en el único campo que podría considerarse objetivo, como es el artístico.

Los críticos han señalado con acierto la relación de la obra de Consuelo Vallina con la corriente surgida a finales de los años setenta que se bautizó con el nombre de pattern painting, integrada por mujeres que apostaron decididamente por lo ornamental y se propusieron la recuperación de elementos decorativos de carácter popular, como los quimonos japoneses, los azulejos mejicanos, la cerámica oriental o los motivos africanos.

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